De las Manos del Pueblo al Control Corporativo
Durante siglos, el cannabis fue cultivado por pequeños agricultores, utilizado en rituales, medicinas naturales y prácticas comunitarias. Su valor era espiritual, terapéutico y social, transmitido de generación en generación de forma artesanal. Sin embargo, en pocas décadas, esta planta milenaria atravesó una transformación drástica: pasó de las manos del pueblo a las estanterías de las farmacias, y ahora a las bolsas de valores.
Hoy en día, las empresas cannábicas cotizan en la bolsa Nasdaq, recaudan millones en rondas de inversión y siguen un modelo de negocio típico del capitalismo globalizado. Pero esta nueva ruta plantea una cuestión esencial: ¿quién se está beneficiando realmente de esta transición?
La Legalización como Puerta de Entrada al Capital
La legalización del cannabis, aunque representa una importante conquista para los derechos civiles y la salud pública, también sirvió como puerta de entrada para el capital financiero. Inversores de diversos sectores —farmacéutico, agrícola, cosmético e incluso tecnológico— corrieron a ocupar este nuevo nicho lucrativo, anticipando rendimientos multimillonarios.
Las empresas comenzaron a verticalizar sus operaciones: cultivo, procesamiento, distribución y posicionamiento de marca. ¿El resultado? Un ecosistema cannábico cada vez más corporativo, competitivo y globalizado —muy alejado de la lógica comunitaria y los saberes tradicionales que siempre han acompañado a la planta.
Cultura Ancestral versus Monopolio Moderno
Con la fiebre del “oro verde”, muchas prácticas tradicionales han sido dejadas de lado. Las variedades locales, cultivadas por generaciones, están siendo reemplazadas por cepas híbridas estandarizadas para maximizar rendimiento y contenido de THC. Las técnicas orgánicas ceden paso a invernaderos controlados por inteligencia artificial. Y los pequeños productores enfrentan cada vez más obstáculos para competir con conglomerados que operan a escala industrial.
Esta transición amenaza la diversidad genética de la planta y los conocimientos culturales asociados. Y refuerza un ciclo ya conocido: el capitalismo se apropia de elementos populares, los convierte en mercancía y concentra las ganancias en pocas manos.
El Capital Especulativo Entra en Escena
Hoy, las mayores empresas de cannabis del mundo valen miles de millones y se negocian como activos especulativos. Las acciones de estas compañías fluctúan según regulaciones futuras, promesas de expansión y tendencias de consumo. Es decir, el cannabis, que antes era símbolo de resistencia y contracultura, se ha convertido en un producto financiero volátil en manos de inversores de Wall Street.
Este proceso impacta directamente en la forma en que se cultiva, vende y consume el cannabis. La búsqueda de ganancias rápidas prioriza la cantidad sobre la calidad, crea barreras para la entrada de pequeños emprendedores y refuerza la lógica del mercado por encima de las necesidades sociales.
¿Quién Queda Fuera de la Fiesta?
A pesar del boom económico, gran parte de las personas que siempre han estado vinculadas al cannabis —especialmente en contextos ilegales— siguen excluidas del nuevo mercado. En muchos países, personas con antecedentes penales por delitos relacionados con cannabis todavía enfrentan dificultades para limpiar sus nombres, acceder a crédito o participar en negocios formales.
Además, las políticas públicas poco inclusivas dificultan que mujeres, personas negras, indígenas y agricultores familiares accedan a licencias, financiamiento o apoyo técnico. El resultado es una legalización que beneficia a quienes ya tienen privilegios —mientras perpetúa desigualdades históricas.
Entre el Mercado y la Justicia Social
La entrada del cannabis al capitalismo global es, sin duda, un hito. Pero no tiene por qué —ni debería— seguir los mismos caminos depredadores de otras commodities. Es posible imaginar un mercado cannábico más justo, plural y regenerativo. Esto implica:
- Modelos cooperativos y asociativos de producción;
- Incentivo al cultivo artesanal, familiar y agroecológico;
- Políticas públicas de reparación para comunidades criminalizadas;
- Protección a la biodiversidad de la planta y a los conocimientos tradicionales.
Conclusión: ¿Qué Rumbo Queremos para la Planta?
El cannabis ha recorrido un largo camino: del cultivo ancestral a los gráficos bursátiles. Pero aún estamos a tiempo de redefinir su destino. La legalización no tiene por qué ser sinónimo de explotación corporativa —puede ser una herramienta de justicia, inclusión y sostenibilidad.
Nos toca decidir si la planta seguirá sirviendo al capital —o si será rescatada como símbolo de autonomía, salud y transformación colectiva.